El lejano horizonte, la luz sutilmente tratada y la aplicación del color configuran una obra muy matérica y rica en contrastes en la que Itziar Sánchez Chicharro crea una pintura aparentemente sencilla pero que nos hace pensar en una larga trayectoria pictórica que va desde Turner a Rothko…
Con ellos comparte la depuración de las líneas y las formas hasta llegar a lo esencial, a la esquematización de la naturaleza a través de franjas de color, y también a la armonía tonal o las grandes superficies cromáticas.
El cielo y la tierra, la línea y el color, hacen que el paisaje fluya hacia la abstracción. La pincelada es viva, ágil, cargada y vigorosa con una paleta de tonos vibrantes, ricos y empastados. Con todos estos elementos se construye el lenguaje pictórico mostrando el poder emocional de la luz, de los amplios y desnudos espacios, de la calma y de la poesía de la naturaleza.
Es esa materia empastada la que envuelve y atrapa al espectador y lo invita a la contemplación, pues es el color el mejor medio para expresar emociones frente a la frialdad del dibujo. El trazo es gestual, dinámico y con ritmo, haciendo que el cromatismo se independice de nuestra visión realista y el paisaje se convierta en una pura sugestión emocional.